23 marzo 2010

La tranquilidad después del huracán

Cuando las cosas van justamente como quiero, no puedo evitar sentir miedo, y es que es tan grande mi alegría y tan pocas las personas que la comparten, que todo se vuelve irreal.

La semana pasada comprendí muchas cosas acerca del rencor y la venganza, las riñas entre familias, que no dejan de ser chismes de tianguis (que no rebasan los $3.00), y sobre todo y lo que más tristeza me da, son las consecuencias que éstas tienen en los más vulnerables. Los niños se dan cuenta de todo y no dejan de preguntar, aunque no sepamos que contestar para mitigar sus dudas.

A fin de cuentas todo pasó, y aquello que era un golpe de estado en la cuadra, no superó las expectativas de las burlas y los comentarios llenos de ironía de aquellos que más allá de la frontera norte siguieron el caso y se mantenían alertas de las noticias (por no decir chismes).

Mientras tanto yo sigo dividiéndome entre mis cuatro lugares favoritos; el que me vio crecer (mi casita), el que me regresó a la infancia y a las locuras (la casa de las barbie's), el que me hace responsable y patrocina mis gastos (rojo café), y el que me hace sentir mariposas en el estómago (la casa vieja cerca del mercado).

Así pasan mis días, entre avenidas, patines, en la búsqueda de cosas maravillosas que fotografiar y haciendo historias de todo lo que pasa frente a mí, admirando la grandeza y amando lo sublime, siendo noble como me enseñó mi papá, gritando injurias y bromas como me enseñó mi abuelo, presumiendo la herencia que me llena de orgullo colgando de mis oídos y sobre todo amando la vida, sin arrepentimientos ni limitaciones.