18 febrero 2011

Matices en tiempo pasado creando presentes.

Un milagro lo llaman mis padres, un castigo Divino le dicen burlescamente mis amigos, sin embargo, yo creo que mi nacimiento fue, modestamente, una bendición.

Después de luchar por más de cinco años sin respuestas positivas, pasando de la oración a los santos inmóviles y desgastados por tanto besuqueo de los fieles en el templo, de las visitas interminables a consultorios médicos, hasta llegar a las visitas a brujos y curanderos con olor a inciensos y azufre que garantizaban excelentes resultados a cambio de pagos exorbitantes. Cuando todo se creía perdido, cuando se dejó de luchar y las lagrimas dejaron de correr, mi tía y mi abuela pasaron una noche de verdadera oración, después de eso, la noticia del embarazo le dio a mis padres la esperanza que creían perdida.

Nací en una familia llena de matices y colores, por una parte, la  ferviente devoción de la familia paterna me inició en el misticismo de la vida religiosa, así como en el interés por las obras literarias, y por devorar cuantas publicaciones tuviera a mi paso, de ser el centro de interés en la humilde casa por mis ocurrencias inocentes y ser la eterna acompañante de mi abuela en sus paseos diarios, donde los saludos se extendían por horas mientras aprendía la tolerancia, el respeto por los mayores y los buenos modales.

En el otro extremo, la familia de mi mamá es una combinación muy extraña de malas palabras, diversión malsana, música de banda y corridos de caballos, conversaciones llenas de albur, de hijos regados como símbolo de un buen machismo, de mujeres con pantalones bien puestos y de lucha por obtener lo que se quiere, pero de un cariño y preocupación por la familia, como ningún otro.

Entre gustos impetuosos y misas dominicales, fui creando una personalidad que por mi falta de inclinación hacia los dos extremos, me hizo ganar el mote de “la que no es de la familia” tan alocada, libertina e independiente para los Preza, así como mojigata, santurrona y aburrida para los Marín. No es algo que me preocupe, se que ambos bandos, me quieren, respetan y me acabo de enterar hace algunas semanas que ambas familias me admiran por ser diferente.

Mi niñez y parte de la adolescencia se pasó tratando de comprender las lecturas difíciles que mi abuela tenía en su repisa vieja, recorriendo con ella el país dos veces por año y siendo la más consentida en la casa, hasta la llegada de mi hermano, al cual, adoro con todo el cariño que puedo ofrecer y que si mal que bien me robó la atención por un tiempo, hoy agradezco su llegada en la soledad que produjo por años la casa.

Al momento de rememorar esto, vienen a mí olores de jazmín provenientes del patio de la abuela, a hierbas en alcohol que se utilizaban para sanar los dolores y las heridas, van llegando hasta los sabores a frutas lenta pero decididamente, hasta que llego al punto de los libros, aquellos que me han acompañado y que me han hecho lo que soy…

Tal vez aquel de herbolaria de mi abuela, ese que tenía la portada verde y desgastada, ese que leía siempre en la misma página porque el nombre de la planta que allí aparecía me causaba mucha risa, y que por su aparente doble sentido, los adultos me motivaban a leer para hacer soltar carcajadas a las visitas...

Como a eso de los siete años, entré al cuarto oculto de la casa de la abuela, sabía que estaba "prohibido" pero mi curiosidad ganó en aquella ocasión y en otras tantas, pues me gustaba refugiarme en las cajas llenas de ilustraciones, libros de texto olvidados de mis tíos, anotaciones del bisabuelo, revistas de moda, que más bien parecían disfraces en hojas amarillas, ropa hecha trapos, olorosas a humedad y que parecían de otra época, fotografías viejas, juguetes destruidos y cuadernos llenos de jeroglíficos, manuscritos y oraciones.
Aquel era el cuarto no de los recuerdos, yo lo llamaría "El cuarto de los olvidos".

Me sumergía en cada cosa y me transportaba a los escenarios de aquellos cuentos cortos que con suerte encontraba, movida tanto por la curiosidad como por la adrenalina de estar en el cuarto oculto. Quería encontrar el hilo negro de aquellos objetos que parecían tesoros celosamente cuidados. Mi tía y mi abuela sabían que yo estaba allí, pero solapaban mi imaginación fingiendo creer que jugaba en el patio.

Y allí estaba...
El libro que robó mi atención, era tan grueso como dos biblias juntas, su pasta roja de tela empolvada, el lomo a punto de desprenderse, las hojas amarillentas, frágiles y carcomidas por la polilla. Lo saqué cuidadosamente procurando no ser vista por las mujeres que se encontraban en la cocina, tuve que pasar a su lado para poder llegar al patio y leerlo sin temor a estar en el lugar prohibido.

Leí la primer página y supe que no sería fácil dejarlo, los personajes me envolvieron ya me imaginaba platicando en la sala con ellos, vistiendo esos hermosos vestidos y hablando aquel idioma que parecía chistoso pero tan común en España.

Volvía cada tarde para saber qué pasaba con la historia de la que ahora yo misma era parte, siempre en el cuarto olvidado, en el pasillo o el patio.

Algún tiempo después mi abuela me regaló el libro, no sin antes pedirme que lo conservara muy bien y aseguró que yo era el futuro literario de la familia. Solo reí y le agradecí llena de emoción
Más de 15 años han pasado y aún lo conservo como uno de mis tesoros personales, junto con los dos siguientes tomos de la novela que me proporcionó mi tía poco después de morir mi abuela. Me hizo entrega de ellos como una herencia que debía conservar con respeto y que seguro valoraría más que ningún otro miembro de la extensa familia.

De allí nació la ilusión de escribir y contar a las personas esas notas del día a día, pasé por varias escuelas de Comunicación pero nunca se acercaron a lo que deseaba hacer de mí, hasta que entré a la Escuela de Periodismo y que hasta este día, me extasía a cada momento en un porvenir prolijo y sobre todo en la consistencia de hacer lo que quiero aunque me muera de hambre como dicen mis maestros.

Mis gustos anexos se han dado con el tiempo y con la relación de los que han pasado por mi vida, una sed insaciable de café se la debo a mi abuelo, quien acompañaba su comida a las tres de la tarde con esta oscura bebida, o que decía a cada casa a la que llegaba, que más valía que faltara leche para el biberón, pero nunca agua para café.

Mi afición por las bicicletas, patines, los paseos nocturnos a pié observando las luces amarillas de la ciudad y sin duda la adicción a debatir temas absurdos los debo a mi compañero de juventud, que más que novio se ha convertido en un excelente mentor, consejero y amigo.

Así transcurre mi vida hasta este día, donde nada es seguro y las sorpresas que llegan siempre son bienvenidas, esto es lo que soy y en lo que me he convertido, esto es sólo parte de una vida de aprendizaje que espero no termine en muchos años.