Anoche llegué a saludarte después de una semana de dolores de cabeza, trabajo constante y alegrías memorables. Te abracé cuando abriste la puerta y sin más me invitaste a pasar. Mientras te platicaba lo que me pasó en la semana, sonreías y me mirabas desde otro planeta, tu mirada estaba distante y parecía que tus pensamientos no sabían cómo regresar a la tierra. Entendí que seguías pensando en tus propias aventuras de la semana y corté rápido el tema, después callé.
Abrí mi libro, ese que dicen mis compañeros de trabajo que trae el diablo dentro, ese que nos dice nuestras verdades, pero que a mí me encanta, me enamora y me llena los huesos de fantasía.
Salimos de tu casa, yo con mi libro en la mano, tú con el tuyo. Nuestro destino era desconocido, el caso era hacer tiempo, nos sentamos en una banqueta, tú atención ahora si era para mí y aproveché para narrar con efectos especiales la cómica escena que me ha hecho reír en estos días, sabía que no entendías, pero aún así reíste, me hacías preguntas e imitabas mis caras, me llenaste de ternura y me jalaste para que me recostara en tu hombro. Lo hice con gusto y cerré los ojos mientras que tú mirabas al cielo y acariciabas mi cabello.
No recuerdo cómo regresamos, eso no tuvo importancia.
Los ruidos cesaron, la noche estaba ya entrada y sólo nosotros parecíamos existir. Tu cansancio y el mío eran tan grandes, que no tardamos ni medio minuto en quedar en silencio después de apagar la luz. Te dí un beso en la frente, acaricié tu mano y te dejé descansar volviéndote la espalda, pero no me dejaste ir, me abrazaste y me dijiste aquellas dos palabras que me hacen sonreír y besarte. Mi sueño se disipó mientras mi corazón saltaba de alegría. Tú sí querías dormir, pero mi lado infantil hacía travesuras con tu cara, tu cabello y tus dedos para que despertaras y siguieras conmigo el juego.
No reaccionaste de otra manera, sólo reías y me hacías cosquillas lloriqueando para que te dejara dormir, mientras yo no paraba de reír y de hacerte caras graciosas. Noté que ya no era divertido cuando perdiste la fuerza, te estabas durmiendo definitivamente. Recargué tu cabeza en mi pecho y acaricié tu pelo, te prometí que dormiría, pero sólo quería seguir viendo tu cara a contraluz de la ventana. Te conté una historia de esas que sólo sirven a la hora de ir a la cama, de esas que van saliendo de la nada para que los niños se aburran y duerman tranquilos, el cuento transcurría mientras yo bajaba cada vez más la voz y trataba de hacer más suaves mis caricias en tu rostro.
Nunca supe en que terminó mi historia, sólo recuerdo que después de un largo sueño despertaste y me acomodaste sobre la almohada, besaste mi frente y sentí tus brazos cobijando los míos. Que pasó después no se, desperté sola en un cuarto lleno de luz y sólo mi cobija estaba destendida. Ni rastros del cariño que había inundado la habitación la noche anterior. ¿Lo soñé? y si fue así, ¿Porqué fue tan real? ¿Serían mis ganas de vivirlo?.
Ese sueño que me hace sonreír es uno de los más hermosos que he tenido en los últimos años. No estoy segura de que haya sido del todo fantasía. Los sueños a veces se convierten en realidad, talvez sólo te fuiste a trabajar como todos los sábados y no quisiste despertarme. Si fue sueño, agradezco haberlo tenido, y si fue realidad, agradezco a Dios por cruzarte en mi camino, agradezco a la vida por dejarme sentir tanta plenitud y te agradezco a ti por quererme y por hacerme sentir mariposas aún.
Y sobre todas las cosas, gracias por hacerme creer que todo es tan maravilloso que sólo puede tratarse de un sueño fantástico.