22 mayo 2010

El Hijo de la Obrera

Una simple pregunta me remontó al pasado...
Imágenes, olores y hasta sabores llegaron a mi mente lenta pero decididamente...

¿Qué libro te inspiró el gusto por la lectura?

Creí que la pregunta era sencilla, pero realmente tuve que esperar algunos minutos para poder contestar.

Mi primer recuerdo fue aquel libro que me compró mi papá llamado "Mis Primeras Letras", adquirido en mi tercer año de Kinder y donde plasmé mis primeros legados. Pero no, no era ese el libro revelador, sigo pensando...

Tal vez fue aquel de herbolaria de mi abuela, ese que tenía la portada verde y desgastada, ese que leía siempre en la misma página porque el nombre de la planta que allí aparecía me causaba mucha risa, y que por su aparente doble sentido, los adultos me motivaban a leer para hacer soltar carcajadas a las visitas...

El primer libro que me regalaron fue de un autor abucheado constantemente por mis maestros periodistas, considerado como literatura barata y de mal gusto. Pero a mis 8 años, no conocía nada más allá de eso... o si??

Como a eso de los siete años, entré al cuarto oculto de la casa de la abuela, sabía que estaba "prohibido" pero mi curiosidad ganó en aquella ocasión y en otras tantas, pues me gustaba refugiarme en las cajas llenas de ilustraciones, libros de texto olvidados de mis tíos, anotaciones del bisabuelo, revistas de moda, que más bien parecían disfraces en hojas amarillas, ropa hecha trapos, olorosas a humedad y que parecían de otra época, fotografías viejas, juguetes destruidos y cuadernos llenos de jeroglíficos, manuscritos y oraciones.

Aquel era el cuarto no de los recuerdos, yo lo llamaría "El cuarto de los olvidos".

Me sumergía en cada cosa y me transportaba a los escenarios de aquellos cuentos cortos que con suerte encontraba, movida tanto por la curiosidad como por la adrenalina de estar en el cuarto oculto. Quería encontrar el hilo negro de aquellos objetos que parecían tesoros celosamente cuidados. Mi tía y mi abuela sabían que yo estaba allí, pero solapaban mi imaginación fingiendo creer que jugaba en el patio.

Y allí estaba...

El libro que robó mi atención, era tan grueso como dos biblias juntas, su pasta roja de tela empolvada, el lomo a punto de desprenderse, las hojas amarillentas, frágiles y carcomidas en las esquinas por la polilla. Lo saqué de la habitación cuidadosamente procurando no ser vista por las mujeres que se encontraban en la cocina, tuve que pasar a su lado para poder llegar al patio y leerlo sin temor a estar en el lugar prohibido.

Leí la primer página y supe que no sería fácil dejarlo, los personajes me envolvieron ya me imaginaba platicando en la sala con ellos, vistiendo esos hermosos vestidos y hablando aquel idioma que parecía chistoso pero tan común en España.

Volvía cada tarde para saber qué pasaba con la historia de la que ahora yo misma era parte, siempre en el cuarto olvidado, en el pasillo o el patio. Hasta que un día, el libro se encontraba en la mesita de noche del cuarto de mi abuela. Qué señal era esa? Sólo pude interpretarla como el permiso para leerlo donde quisiera, que ya no tendría que ocultarme para soñar. Y efectivamente, mi intuición era acertada, ella se sentaba a mi lado para escucharme leer, hacía que le repitiera frases y me ayudaba con los significados de algunas palabras.

Presumía mi ágil y avanzada lectura con sus amigas, y con cualquier persona que se encontraba por las calles cuando salíamos. Me hacía leer a las visitas fragmentos del periódico y yo lo hacía con gusto, feliz de ser el centro de atención, pero también disfrutando de aquello que me gustaba y que al parecer era toda una hazaña.

Algún tiempo después ella me regaló el libro, no sin antes pedirme que lo conservara muy bien y aseguró que yo era el futuro literario de la familia. Solo reí y le agradecí llena de emoción

Más de 15 años han pasado y aún lo conservo como uno de mis tesoros personales, junto con los dos siguientes tomos de la novela que me proporcionó mi tía poco después de morir mi abuela. Me hizo entrega de ellos como una herencia que debía conservar con respeto y que seguro valoraría más que ningún otro miembro de la extensa familia.

Hoy recordé aquellos momentos con nostalgia, y sólo hasta hoy, puedo darme cuenta que toda esta pasión por la lectura, la cultura, la adicción a la poesía y a la prosa, se la debo a mi familia. Gracias a todos ustedes por hacer de mí lo que soy, que quizá no sea una persona perfecta, o la más conocedora, pero todo lo que hago es con pasión y amor, tal como ustedes me lo enseñaron.

Gracias a mi abuela por amarme tanto, por guiarme desde aquel momento y por orar por mí desde antes de ser concebida. Gracias por seguir conmigo, pues, aunque ya te habías ido, me ayudaste a escoger mi camino y hoy más que nunca siento que estás aquí, ayudándome en cada tropezón que doy... y mira que han sido muchos =D

Ah por cierto, el libro se llama "El hijo de la Obrera" de Luis de Val, lo compró mi abuelo en 1910, el año de publicación es desconocido para mí, pues esa parte del libro ha sido devorada por el tiempo, pero ahora los datos de su nacimiento no son importantes para mí, lo que verdaderamente importa es todo el amor que un libro puede traer a mi vida.


12 mayo 2010

Mojando Penas

La lluvia, el cielo nublado, ese olor a tierra mojada y tantas aves surcando el cielo de norte a sur, huyendo de las gotas ácidas que se avecinan, me hacen saltar de alegría.

Esa noche en mi Rojo lugar de recreación, la alegría no podía ser mayor, después de un largo fin de semana de preocupaciones y de lo que yo llamo la cruda moral por lo NO hecho, llegaste con la mejor sorpresa de todas, el olor a lluvia lo hacía todo especial, sin embargo, el calor de la sala de computadora me volvía a colocar en la tierra, el sudor y el brillo en la cara iban rápidamente disminuyendo mis ganas de saltar de emoción.

Salimos a la terraza del café con un frapuccino en mano a respirar ese aire lleno de humedad y a averiguar cuantos comensales faltaban por irse, pero las gotas del tan esperado líquido se hicieron presentes y mi cara de felicidad también.

Pasó la noche y la lluvia se precipitó enfurecida sobre los clientes que corriendo con sus copas de tinto en la mano y peinados de salón estropeados antes de llegar al lobby del café, reían y buscaban un lugar para protegerse. Meseros corriendo de la terraza a la barra guardando sombrillas, mesas y manteles, esperaban que el imprevisto no arruinara sus propinas...

Pero yo pegada al piso de la escalera, no retrocedí, las gotas caían, mi cabello se volvía lacio y oscuro, la playera parecía estar untada a mi piel, no escuchaba nada más que mis pensamientos, no veía nada más que el reflejo del agua en las lámparas, y no sentía más que el frío recorriendo súbitamente mi piel (y unos cuantos bloques de granizo después).

Fue la primer lluvia del año, la primera de tantas, y estaba allí, igual que mi ilusión y mis ganas de mojarme, vendrán más, estoy segura, pero ninguna como la primera, a las demás no se les teme, ni se sale desprevenido a la calle, simplemente no se espera. La lluvia moja mis penas, las desvanece y las convierte en agua. Son bebidas por la tierra y alimentan el suelo, pero yo me renuevo brincando charcos, corriendo descalza y estropeando peinados, nada más importa.

Es mi regalo divino, que sé que es sólo para mí. =D

Gracias lluvia, la próxima será sobre ruedas ;)