07 marzo 2011

Este es el punto

En una marcha realizada en contra de la violencia en México, escuché decir a un hombre de cara chistosa que el único camino a La Paz es Federalismo, afortunadamente no es así, si lo fuera estaríamos sumergidos en un problema de tráfico tremendo. En este sentido, la Avenida Federalismo no sólo nos lleva a La Paz, sino también a Juárez, Vallarta, Niños Héroes, Periférico Norte,  a Washington, entre otras avenidas importantes y lugares concurridos, para mí sólo uno de sus destinos es importante, es la ruta que me lleva a casa.

Lleva su nombre, su alegría y su tráfico lento de Periférico Norte a Washington, un paseo por ella debería iniciar donde una modernizada estación de Tren Ligero da la bienvenida a miles de usuarios al día, ésta lleva el nombre de uno de los puntos más congestionados de la ciudad, el mismo Periférico Norte. Transporta fiel y puntualmente a todo aquel que lo aborde en un transcurso de 10 estaciones, que lástima que lo hace por el subterráneo, las personas se pierden la maravilla de los caminos arbolados y los murales que le dan colorido a la ciudad. Por eso, prefiero recorrerla en bicicleta como es el caso de esta tarde, 35 minutos son suficientes para darse una idea de las sorpresas que la calle nos prepara.

Ante la presencia en aumento de bicicletas recorriendo las calles, a alguna persona se le ocurrió la fantástica idea de crear una ciclovía, Federalismo fue la afortunada con uno de los primeros espacios para ciclistas en la ciudad que abarca de Ávila Camacho a Washington, y que más de algún despistado se la pasa por…. Por donde tenga que pasársela y se estaciona estorbando el pedazo de banqueta que no fue creado para él, pero bueno, ese no es el punto.

Salgo de Periférico tratando de esquivar los coches pues la banqueta es muy angosta y en mal estado como para pasear en ella, aún con esto sé que la civilización está llegando a los rincones de lo que antes para mí ya eran las afueras de la ciudad, conjuntos habitacionales, un campo de fútbol, un centro deportivo y una gran tienda que exhibe en sus espectaculares a varias artistas con caras sexosas presumiendo sus “bellos” zapatos que puedes comprar o vender por catálogo, esto es solo parte del inicio del paseo.

Llego a Atemajac, un pueblo mágico en la ciudad que lucha contra la civilización y mantiene a su mercado como uno de los más famosos y concurridos de la Zona Metropolitana y que por consecuencia provoca un gran caos vial, todo gracias a esas personas que corren a comprar sus carnitas y vegetales frescos, a todas horas, o mejor dicho, mientras esté abierto, y una vez más se pasan los puentes peatonales por… Por abajo, así es, por debajo del puente corren las personas cargadas con bolsas de mandado, tratando de torear a los coches  que hacen un esfuerzo por no pitar en cada semáforo, pero bueno, de nueva cuenta, ese no es el punto.

Avanzo, casi al llegar a Circunvalación la subida se vuelve más pesada, llevo pocos minutos de iniciado el recorrido y ya no puedo avanzar, paro bajo la sombra de un árbol y como todas las personas que se encuentran alrededor de mí, me detengo a admirar a los peces en el agua, y la gran vegetación del lugar. “Colomitos” se llama el manantial, está allí desde que tengo uso de razón y al igual que decenas de personas, participé en la manifestación para evitar que fuera clausurado y convertido en un Fraccionamiento más. El fraccionamiento fue construido, pero a un lado de Colomitos, lo logramos.

El arte y la cultura se hacen presentes en las calles, un ejemplo es el mural que protege y rodea como una fortaleza al Panteón de Mezquitan, caras de angustia e infinitas representaciones de la muerte y la tristeza, no logran darle un aspecto fúnebre al lugar, al contario, entre colores, y si avanzas un poco más, entre flores, no pareciera que la muerte es mala como todos dicen, al contrario es motivo de fiesta  y serenidad, motivo para detenerse a admirar, y vaya que tengo que detenerme pues uno de aquellos conductores imprudentes me acaba de bloquear el paso, bien, bien, otro día admiraremos con más calma.

A propósito de flores, compro en la florería más austera (lo hago allí con la esperanza de que esté más barato) un girasol y amarrándolo con un pedazo de rafia rosa a la canasta de la bicicleta, continúo el recorrido, me acompaña en mi paseo y se camuflajea entre los árboles que cubren las calles con su sombra y con aquellas paredes de colores, que le dan el toque urbano a la vía.

Federalismo no sólo alberga colores, flores y árboles. También es lugar de alegría y diversión, proporcionada generosamente por sus nigth clubs, centros de entretenimiento, sex shops, estéticas masculinas con final feliz y un sinfín de vinaterías que le dan el sabor a la noche y a  los accidentes en la madrugada. Y si lo que se busca es una variante para este tipo de  diversión no es necesario un motel, esa función la cumplen los baños públicos, que sí, también tiene Federalismo, pero creo, por tercera ocasión, que ese no es el punto.

No sólo encontramos diversiones malsanas, también hay un rayito de luz para los que menos tienen, y es que llegando al Templo del Refugio, construcción característica por encontrarse al centro de la Avenida, se encuentra también un albregue para transeúntes e indigentes, donde se les proporciona un lugar para pasar la noche y una mano amiga para acompañar sus penas, lugar que desde las cuatro de la tarde se encuentra repleta de hombres esperando entrar, entre trapos, mochilas sucias, y caras de hambre, cansancio y tristeza, algo muy parecido a la película “En busca de la Felicidad” de Will Smith. Divago.

No todo es malsano, ni eso, ni el famoso Parque rojo, bueno, Parque Revolución, que de su nombre original pocas personas hacen referencia, lugar donde los jóvenes se detienen de sus labores para acostarse en los jardines, fumar marihuana junto a la estación del Tren y que ha sido sede de innumerables eventos, como el sucedido este fin de semana, que sólo dejó una estructura de metal que hace unos días sirvió de vasto asiento a los espectadores del piloto de fórmula uno, pero que ahora sólo estorba a la libre circulación de los peatones, como es el caso de mi bici, que parada en la esquina y esperando poder cruzar, más de una señora le ha recordado a su mamá por dentro, por no dejarle espacio a ella también para ver los coches que se aproximan. Perdón, me fui de nuevo.

No hace falta mucho por contar, lo que sigue después, es una repetición constante del paisaje, tiendas de plásticos, mueblerías, edificios enormes y calles llenas de coches y de obstáculos en la ciclovía, de chicos haciendo malabares en las esquinas a cambio de unas cuantas monedas, otros limpiando parabrisas aventándose a los cofres de los coches, aún cuando un dedo a bordo del auto se mueve de un lado a otro demostrando su inconformidad. Más un sinfín de cosas que puedes comprar en un crucero, desde una ficha de Tiempo Aire para tu teléfono celular de cualquier compañía, lámparas, sombrillas, costales de box y hasta los discos con la música del momento que no debe faltar en tu hogar.

El recorrido termina justo en el lugar donde corren los sueños de miles de personas, personas que llevan en sus mochilas sólo sus ilusiones y desgracias, los migrantes, aquellos que se refugian a descansar antes de retomar su viaje en el carguero, mientras son expuestos a rechazos, robos y secuestros, están escondidos tras la avenida Washington, unos a la orilla de las vías, otros sumergidos en un hoyo en la pared, divididos por sus nacionalidades, pero unidos en su carencia en un mundo completamente diferente del que he recorrido por esta avenida de murales, colores y flores, pero en el que sin duda también se escriben muchas historias, y este, este sí es el punto...

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