Probablemente no eran más que sus dudas rondando la habitación; moviendo cada una de las cuchillas afiladas de aquella persiana desteñida; inundando de sombras la habitación oscura que habitaba sola. Tan sola.
Pensaba en aquella última conversación donde se dijo todo. Cada palabra arremetiendo contra el otro, contra ese futuro que uno le formaba al otro de manera inconsciente. Pensaba que lo había superado cuando escuchó que él rondaba las mismas calles acompañado de alguien, y alguien, y alguien más. Pero sólo en el momento en que a la palabra "Ella" se le asignó rostro, figura y nombre propio, se dio cuenta que no había más por hacer.
Aunque en sus ideales de una vida plena no estaba regresar a esa calle, a esas manos, a ese sexo; se sentía derrotada. Aniquilada en el orgullo que atrapa a las mujeres al creer que nadie más pasará sus uñas despintadas por esa barba. Pero así era.
Una vuelta a la almohada. Un abrazo al peluche rojo. Una mirada a la ventana en busca de figuras extrañas. Nada.
No había nada que le convenciera de aquella decisión estúpida de dejarse vencer aunque fuera por una vez.
Se había terminado.
Las noches de sueño interrumpido se vieron pausadas hasta que el cielo dejó de verse rojo, maniatado, convulso; hasta que el insomnio le convenció de no seguir, de hacer lo que se prohibió un año atrás: llorar.
Y solo en ese momento en que aquellas breves y desganadas lágrimas se confundieron con lo oscuro de las sábanas, ella pudo descansar. Logró dormir sin darse cuenta.
Los fantasmas se habían ido.
Lo había dejado ir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario