09 abril 2014

La muerte del fantasma

Probablemente no eran más que sus dudas rondando la habitación; moviendo cada una de las cuchillas afiladas de aquella persiana desteñida; inundando de sombras la habitación oscura que habitaba sola. Tan sola.

Pensaba en aquella última conversación donde se dijo todo. Cada palabra arremetiendo contra el otro, contra ese futuro que uno le formaba al otro de manera inconsciente. Pensaba que lo había superado cuando escuchó que él rondaba las mismas calles acompañado de alguien, y alguien, y alguien más. Pero sólo en el momento en que a la palabra "Ella" se le asignó rostro, figura y nombre propio, se dio cuenta que no había más por hacer. 

Aunque en sus ideales de una vida plena no estaba regresar a esa calle, a esas manos, a ese sexo; se sentía derrotada. Aniquilada en el orgullo que atrapa a las mujeres al creer que nadie más pasará sus uñas despintadas por esa barba. Pero así era.

Una vuelta a la almohada. Un abrazo al peluche rojo. Una mirada a la ventana en busca de figuras extrañas. Nada.
No había nada que le convenciera de aquella decisión estúpida de dejarse vencer aunque fuera por una vez. 
Se había terminado.

Las noches de sueño interrumpido se vieron pausadas hasta que el cielo dejó de verse rojo, maniatado, convulso; hasta que el insomnio le convenció de no seguir, de hacer lo que se prohibió un año atrás: llorar. 

Y solo en ese momento en que aquellas breves y desganadas lágrimas se confundieron con lo oscuro de las sábanas, ella pudo descansar. Logró dormir sin darse cuenta. 
Los fantasmas se habían ido.
Lo había dejado ir.

28 enero 2012

Para mi Bruja


Hoy hace un año pero con unas horas más tarde estábamos en tu cuarto. Muertas.

El día había sido de locos. Fue una tortura levantarnos temprano y caminar por la décima avenida para llegar al Cocobongo, del que aún salían meseros cargando bolsas de basura producto de la noche anterior. Allí esperaríamos una minivan que nos llevaría de paseo a esos lugares turísticos que ofrecen las agencias de viajes.

Recuerdo que llegaste el día anterior con los boletos. Tenías preparado tu propio regalo de cumpleaños y nosotras te quisimos consentir. En menos de un mes Erika y yo reunimos el dinero necesario para tomar un avión a Cancún y de allí un camión a Playa del Carmen, estaba claro que nos sacrificábamos por ti.

Se paró una camioneta blanca frente a nosotras y anunció tu nombre. Subimos al transporte y escogimos los asientos de atrás. Tal y como lo hacíamos cuando salíamos de la prepa hace casi diez años para ir a tu casa en Guadalajara. Las rutas con más baches y topes eran las ideales para sentir la adrenalina similar a la que provocan los juegos mecánicos. Qué lástima que las carreteras de Quintana Roo sean tan planas.

Llegamos a un paraje a comprar las bebidas hidratantes más caras del mundo. Los recuerditos tipo mercado San Juan de Dios en el sur del país. Allí conocí al argentino hermoso que me robó la atención de tu día.

Después de algunas horas llegamos a Chichen Itzá, lugar que escogiste para festejar la alegría de estar viva, un año menos que yo, te lo recuerdo. Caminábamos entre pirámides y cenotes mientras te insistía a cada instante la alegría que me daba verte después de ese par de meses de ausencia.

Desde que nos convertimos en el trío inseparable de amigas nunca habíamos faltado al cumpleaños de alguna, no importando lo que esto significara. El hecho de que en esta ocasión hayamos tenido que volar miles de kilómetros para no perder esa tradición era motivo de orgullo.

Tomamos muchas fotos con mi cámara, tú no tenías una. Todo el dinero que entraba en tu cuenta iba directo a pagar ese departamento que rentabas en la playa. El mismo departamento que te sirvió de refugio cuando decidiste empezar de cero, sin familia, sin compromisos, sin amigos, sin nosotras.

Pasamos el día entero de un centro turístico a otro. En Yucatán pediste una paleta de hielo, la misma que la encargada de la nevería te negó, te ofreció una igual pero más fría. Tan obstinada como eres nos hiciste pasar un momento muy divertido al ponerte al tú por tú con la empleada por una simple paleta.

Regresamos a la cosmopolita camioneta donde aprendimos un poco de inglés e italiano, donde nos enseñaron algunas recetas argentinas y conocimos la verdadera cara del cansancio.

Estaba oscuro cuando llegamos de nuevo al Cocobongo en Playa del Carmen. No estoy segura de que fuera de noche. Aprendí desde mi primera tarde en tu casa que el sol se oculta a las cinco del día. Muy temprano para comenzar la noche.

El plan era seguir la fiesta, iríamos a tu departamento a dejar nuestras cosas, arreglarnos como jóvenes divas y salir de antro o a un bar. Cumplías 24 años, no lo podíamos pasar por alto. La intención era buena, acéptalo.

Llegamos a tu departamento con un nudo en las tripas peleándose a zarpazos con el resto de los órganos digestivos. Preparamos algo para cenar: quesadillas y emparedados con jugo de naranja. Entraste a bañarte mientras Erika y yo ocupamos los pequeños sillones de tu sala. Cenando, viendo películas, conectadas a facebook.

Había una película en la televisión, no recuerdo cual, pero era una muy bella. Te sentaste en el sillón junto a nosotras a observar el monitor, aún no comenzabas a arreglarte y no lo harías el resto de la noche. Intercambiamos algunos comentarios acerca de la trama y de repente, desaparecimos.

La historia se volvió lejana y los recuerdos se hicieron sueños. Nos quedamos dormidas con la luz encendida, una recargada en la otra. Erika despertó después de un rato y comprendió que no iríamos al bar esa noche. Se levantó con toda la pesadez del mundo, apagó la luz y entró a la recámara.

Al sentir el movimiento en el departamento desperté también. Tomé el control de la tele y traté de despertarte, fue imposible. Tu sueño era similar a un estado de coma. Saqué una frazada y te la coloqué encima. A fin de cuentas hubiera dado igual haberte agarrado a golpes con ella, no hubieras despertado.

Preparé mi cama la cual consistía en un edredón tirado en el piso, entre la cama y el tocador. Pero el remordimiento me ganó la batalla, no podía permitir que durmieras la noche de tu cumpleaños con el cuello de contorsionista haciendo estragos a la mañana siguiente.

Con toda la fuerza que me salió (que no fue demasiada a decir verdad) logré sacarte del trance y convencerte de que te fueras a acostar. Esa noche no platicamos las tres con la luz apagada, no nos pusimos al tanto de nuestras vidas, de nuestras anécdotas de tiempos mejores. Esa noche sólo se escuchaba la fricción de los globos que colocamos en tu cuarto como parte de la sorpresa.

Un par de días después nos despedimos en aquella central de autobuses. Nos agradecías haber estado contigo en tu cumpleaños mientras inquietante tu cara se llenaba de tristeza.

Volverías a tu departamento sola a beber del jugo de naranja que compramos, a quitar los globos marchitos y serpentinas de la pared, a rehacer tu rutina de mañanas de trabajo y tardes de lluvia y playa. Y sin embargo, volverías a casa sabiendo que aún no sería tu primer cumpleaños sola.

Volverías a casa sabiendo que cuentas con tus amigas a pesar de lo fuertes que sean los problemas. Volverías algún día a Guadalajara para festejar el cumpleaños de la siguiente amiga mientras el ciclo comienza de nuevo.

Feliz cumpleaños amiga. Feliz cumpleaños Elva

18 agosto 2011

En dos ruedas


Un recordatorio de la tragedia que tuvo lugar en la calle,
una declaración en apoyo al derecho de los ciclistas
para viajar seguros por cualquier calle de la ciudad.
Bicicleta Blanca

Y allí estábamos a sólo unos metros de la Bicicleta Blanca recién colocada, montada en un poste de luz hace un par de días haciendo alusión a una persona que perdió la vida en ese lugar, a bordo de su bicicleta y a manos de un automotor. Yo sentada en el borde de la banqueta llorando como niña, mientras, abrazada a mis rodillas comenzaba a sentir un gran dolor en las piernas, y ella, ella estaba vuelta loca, gritando improperios al conductor del coche negro y rechinando los dientes cada vez que él le contestaba los insultos.

Unos días antes cumplí la meta del año, comprar una bicicleta con la cual poder pasear por la ciudad y en primera instancia acudir a los paseos ciclistas nocturnos y a la vía recre-activa, aprovechar la aún reluciente ciclovía de Federalismo para hacer mis compras en el centro, visitar el negocio de mi papá y de paso quemar calorías, que buena idea en una ciudad bicicletera.

El mismo día que compré aquella bicicleta morada, la equipé perfectamente para que nada hiciera falta, sus diablos, reflejantes, canasta y parrilla blanca, luces intermitentes para ser vista por los coches o personas que vengan de frente, una campana de esas que vuelven locos a los transeúntes cuando una marabunta de bicicletas se aproxima y hasta direccionales con alarmas parecidas a las de los trailers al echarse en reversa. Lo único que aún no logro conseguir es un poco de respeto por parte de aquellos vehículos que se creen dueños de la ciudad.

Ese día invité a una de mis amigas a dar un paseo sobre ruedas cerca de mi casa, yo en mi deslumbrante nueva adquisición y ella sobre patines. Se hizo tarde y me ofrecí a darle ride a la parada del camión en mis diablos (la cosa era andar en bicicleta a donde fuera). Montamos en la bici y mi  amiga se sostenía de mi espalda mientras yo pedaleaba lentamente hacia la Avenida.

No estaba acostumbrada a rodar entre coches así que tomé todas las precauciones posibles, esperé a que ninguno circulara y tomé la avenida, pegada completamente a la banqueta derecha a falta de ciclovía, con las luces encendidas y con una mano dividiendo los dedos entre la campana y los frenos, aumenté la velocidad para evitar que me alcanzara algún coche.

Íbamos de bajada y el peso de mi amiga se sentía crujir en la espalda, tuve miedo de perder el control y frené de a poco antes de llegar a un crucero. Fue esa una buena decisión, pensé para mí misma al observar que un coche se había detenido en la esquina y con la mano su tripulante nos daba el paso. Aceleré un poco el pedaleo para estorbar lo menos posible a aquel coche, agarré de nuevo velocidad ante la bajada pero con los puños temblorosos tomando los frenos trataba de no ir muy rápido.

A sólo unos 10 metros del crucero, en la cochera de una agencia de viajes un vehículo trataba de salir despacio, frené de nuevo para darle tiempo de avanzar (a fin de cuentas aún no llevaba mucha velocidad), el chico de playera negra que iba manejando me miró y frenó bruscamente su coche. Uno de mis amigos repite constantemente “nunca des algo por hecho”, creo que debí haberlo considerado en ese momento, di por hecho que al observarme y frenar, me había dado el paso, así que agarré vuelo de nuevo para que él también pudiera avanzar rápidamente.

A un par de metros de llegar a la cochera, él decidió que no quería esperar a que pasara la insignificante bicicleta, aceleró su motor y el bulto oscuro rugió aturdiéndonos a mi amiga y a mí, frené lo más que pude, en serio que lo hice, pero la velocidad, el peso, la bajada y la escaza distancia que nos separaba no ayudó en mucho. Mis manos se empuñaron tratando de disolver entre ellas los frenos, pensando que eso amortiguaría el golpe, me sabía perdida y mi amiga también. Ambas nos aliamos en un grito unísono de desesperación, queriendo quizá ser escuchadas por el sordo conductor, quien se encontró a otro auto frente a él, en el mismo carril. El auto se quedó inmóvil, nosotras no pudimos.

Durante unos segundos las uñas de mi amiga se encajaron en mis hombros, tratando de sostenerse del único soporte que tenía, comprendió que el golpe era inevitable y me dejó a mi suerte (pensé en ese momento, aunque después comprendí que fue lo mejor), dio un salto hacia atrás bajando de los diablos, salto mismo que impulsó la bicicleta hacia su fractura segura. Sabiéndome sola cerré los ojos y dejé de gritar.

La llanta delantera de la bicicleta golpeó de lleno la defensa del auto al igual que mis rodillas, el golpe nos levantó a ambas (a mi bici y a mi), la bicicleta crujió con cada uno de sus fierros y cayó al piso, mientras que yo quedé arriba de la cajuela del Platina negro, con la mandíbula clavada casi en el cristal y las muñecas dobladas tratando de sostenerse de algún lugar, resbalé lentamente y busqué a mi amiga con la mirada, estaba detrás de mí y me abrazaba como madre protectora.

El chofer del Platina abrió la puerta y se bajó, con cara de miedo preguntaba que si estábamos bien, sólo recuerdo los gritos de mi amiga “¿Cómo quieres que estemos pendejo?” “Aprende a manejar imbécil” “No queremos tu ayuda, lárgate, órale, a la chingada”. Traté de recoger la bicicleta, pero un par de chicos que vieron el espectáculo me tomaron del brazo, me llevaron a la banqueta y se hicieron cargo de la bicicleta, otros coches que se dieron cuenta de lo sucedido, se paraban y nos ofrecían llevarnos a la Cruz Verde o hablarle a algún familiar, yo me sentía bien, sólo había algunos raspones y un pánico tremendo, me senté en la banqueta, abracé mis rodillas y comencé a llorar.

Karla (mi amiga) trató de hacerme hablar, como pude y entre lágrimas y lloriqueos, le dije que sólo me dolía un poco la mandíbula pero que estaba bien, que sólo estaba asustada.

El resultado: rines golpeados, canasta doblada y desatornillada, tubos chuecos y un desesperante sonido cada vez que las ruedas giran. Al bajar la adrenalina y ya en mi casa, me descubrí moretes en la cara, no pude hablar durante tres semanas por el dolor en la quijada, un moretón en la pierna derecha de casi 30 cm. de diámetro que me impedía subir o bajar escalones, incluso fue una verdadera odisea caminar durante algunas semanas, ni decir de tomar un autobús para ir a la escuela, un dedo esguinzado y un terror paranoico a los coches, sobre todo a los estacionados.

En esta ocasión no se colocó una bicicleta blanca encima de la ya existente, en esta ocasión salimos ilesas, por así decirlo. No niego las irresponsabilidades de los ciclistas al circular en las calles, pero tampoco justifico la falta de cultura de la sociedad en materia de movilidad, en esta ocasión no ha pasado nada, pero para quince ciclistas en lo que va de este año la historia es distinta, hay quince recordatorios más de esas muertes en algún poste de la ciudad.

11 mayo 2011

El cuerpo bajo los efectos del calor

Un par de miradas vagabundas se encuentran en este palacio urbano de luces neón, en medio de bailes seductores y música profana de media noche, el antro lleno de almas poseídas de energías juveniles, sellado, oscuro, el poco aire que se respira proviene de viscerales alientos cansados, aquellos que mecen sus alegrías al compás del sonido asimétrico de la noche, no habiendo espacio para ventilación ni ráfagas de aire fresco no queda más que inhalar hasta las ideas.

Se observan el uno al otro a través de la multitud, él admira la cadencia de sus caderas perfectamente curveadas, ella delira, juguetea con su cabello rizando con los dedos cada hilo oscuro que maquila su melena, la temperatura aumenta, las mejillas se sonrojan y las manos comienzan a sudar, él se acerca sin despegar la vista de esos labios mojados, sonríe y seca el sudor de su pecho, sabe que podrá acercarse, se lo dijo un cuello descubierto  y una sonrisa maliciosa que dice hola con cada diente.

Después de unir sus cuerpos perfumados en un baile de pretensiones explícitas, los movimientos aeróbicos cumplen su cometido, quemar cada caloría de manera exacta, transpirando hormonas y secando con los dedos el deseo que provoca la espera. La pareja sale de la pista, él la toma de la cintura y ella estiliza sus piernas a cada paso, contoneándose, plantando cada milímetro de esos tacones negros en el jardín de la sensualidad.

La noche es ardiente por sí sola, las calles secas y vacías son el punto de partida para la temperatura de los cuerpos, el nerviosismo aumenta y es incontrolable buscar una ráfaga de aire aunque venga del movimiento acelerado de una mano.

Llegan al lugar más cómodo de un departamento, la recámara gris adornada con luces tenues da la bienvenida a los visitantes quienes no ponen atención a los atavíos de las paredes, ni a la cama que perfectamente tendida espera por ellos. No cabe aquí la espera, cada segundo detona el deseo de tenerse, no hay tiempo más que para vivir.

Él va inspeccionando con sus dedos cada centímetro de ese vestido negro, minúsculo, de hombros descubiertos, donde una delgada costura vertical a los costados muestra el camino como brújula, sus manos se vuelven minuciosas y ligeras, el ritmo cardiaco aumenta, ella lo conduce hacia los candentes volcanes que emergen de su pecho, él transpira al recorrerla con sus deseos, la besa, la muerde, la cocina sazonándola con agua salada.

El ángel caído por la tentación se despoja de sus ropas deseándose ella misma e imaginándose la diosa más erótica por haber, postra sus tacones altos y puntiagudos sobre la silla más alta de la habitación, se inclina acariciando sus piernas, meciendo su cabello, esperando que él la toque y limpie con sus besos el más mínimo rastro de arrepentimiento. Sus cuerpos se unen en uno solo, el vino tinto se evapora en cada tejido, sus manos se vuelven agua dejando un rastro húmedo por doquier.

Recorren ávidamente cada espacio de esas cuatro paredes, pasando por los ásperos muros que arrugan sin piedad espaldas desnudas, marcos rígidos de ventanas y puertas que sirven de soporte y columpio para las aventuras carnales más despiadadas. Telas de seda recorren muslos, brazos, torsos, labios, librando a su paso los excesos de tormentas derramadas, los excesos de besos, los excesos de calor.

Calor, excitación, sudor, consecuencias inevitables de la enfermedad llamada pasión, el huracán de besos es bienvenido por unos labios resecos, los mismos que esperan saciar su sed de caricias, saciar la necesidad de estar vacíos y ubicados en el lugar menos pensado por las tardes. Se muerden, se rozan, se saben poseedores del otoño y el verano en sus pieles, musitan frases incomprensibles producto de la fiebre interna que los invade, temperatura que no se cura con banditas mojadas, sino con el placer del éxtasis alcanzado en un nirvana terrenal.

En cada movimiento se conquistan nuevos tesoros, se muere y resucita al mismo tiempo, se desmaya y se pone en pie, la humedad se eleva, los cuerpos se deshidratan, el golpe de calor es inminente, el ritmo cardiaco se acelera, aparecen los rasguños y las contorciones antinaturales del cuerpo, entonces, llega… Pasa… acalambra cada músculo exigiendo hasta el último gramo de sal consumido. Por un momento la respiración se detiene, el ánimo desvanece y las sombras de la ventana regresan del más allá.

La pareja se mira entre los pliegues de la almohada, sabiéndose desconocidos y distantes, no hay nada más que hacer, la ebullición ha pasado y se lleva consigo el vapor de la madrugada, se recupera la serenidad y con ella la cordura. Él se viste lentamente sin mirar atrás, su ropa tendida sobre el piso sabe que es momento de partir, de encontrarse con la piel curtida de sal, es momento de regresar a la frescura de la noche.

Dos personas que por instantes vivieron la más linda cercanía, que posaron sus recónditos secretos por encima del otro, sin pudor, sin miedo ni tapujos, se despiden fríamente sin saber siquiera sus nombres. Ella viéndose sola en la habitación, cubre su piel envolviéndola en la sábana blanca, se levanta de su lecho y camina hacia la ventana, abre aquellas puertas más altas que sí misma, asoma sus pies desnudos al balcón y una brisa fresca acaricia su cabello alborotado, enfriándole el rostro y mojando sus labios.

Entonces recuerda aquel revoloteo de mariposas sobre el volcán, aquellas manos recorriéndola sin precaución, viene un escalofrío, una sonrisa coqueta y un suspiro pausado, cierra los ojos y está de nuevo en una situación distante, la imagen de un hombre sobre ella sonroja sus mejillas mientras que el calor desafía bravío a la impertinente frescura del balcón, las manos, los pies y el rostro se congelan al contacto con la noche, mientras que el calor vuelve sin respeto a asomarse bajo las arrugas de la sábana, una sábana que aún conserva el olor sensual del sudor.

09 marzo 2011

Coincidencias tan extrañas de la vida

Hablar de la casualidad tal vez sea el pretexto perfecto para hablar de ti y es que al parecer, nada está escrito y aún con mis deseos fervientes e instrucciones claras en mi cabeza y obviamente por parte de mis amigas que me ruegan no verte por el resto de mi vida. Llegaste así, por casualidad, mientras saboreaba la lectura con la mirada fija en un libro, audífonos puestos, música clásica para extraerme del mundo, pero no fue suficiente, no lo pude evitar, el aire olía a ti.

Salí tarde de casa, para variar, no me parecía para nada divertida la idea de ir a trabajar. Los lunes son uno de esos días en los que por más que te mentalices las cosas no cambian, siguen aburridas y obsoletas. Caminé lento, no quería llegar a la estación de tren, y cómo un flechazo divino me llegó un recuerdo, no había comprado las pastillas, hay tiempo suficiente para hacerlo después, me decía responsablemente mi cabeza, sin embargo, no la escuché, preferí hacerlo hoy, tenía el tiempo encima pero eso no importó, sólo tenía que desviarme un poco y perder cinco minutos, quizá menos.

Salí de la farmacia y ya no había nada que me impidiera huir del destino, era el primer paso que me ponía rumbo al trabajo, subí las escaleras y lentamente vi aproximarse mi tren, tenía el dinero exacto en la mano, si corría un poco tal vez lo alcanzaría, pero preferí no perder la elegancia que deseo me acompañe con dignidad,y lo dejé ir, ya vendrá el próximo.

Bajé lentamente las escaleras, no vaya a creer el operador que quiero subirme y espere como a muchos con el sonido chillante aquel que indica que te apures o se va y te deja con la nariz pegada en la puerta. Se fue, creo que entendió mis razones. Camino casi hasta el fondo del andén, es mi lugar predilecto, desde que tengo uso de razón escojo el mismo lugar y obligo a cualquiera que venga conmigo a que haga lo mismo.

Sentada en el piso, saco mis audífonos y escojo música relajante, perfecta para ser acompañada de un libro de crónicas como el de Mario Vargas Llosa que traigo en la bolsa conviviendo con la libreta de tareas y la agenda personal, qué historias se habrán contado ya.

Me sumerjo en la historia y me olvido por unos momentos del exterior, hasta que llega el tren, impávido y violento, con la presencia necesaria para obligarme a abordarlo. Me siento en el área de  siempre, al frente, en la segunda silla al lado de la puerta, lo haría en la primera si pudiera, pero respeto el color amarillo diseñado para otros que no son yo. Ignoro a los que me rodean son solo personas más en la decoración del vagón, continúo en lo mío, no hay nada que pueda distraerme.

En menos de treinta segundos se abren de nueva cuenta las puertas, hemos llegado a la siguiente estación, que tedio, aún faltan otras cuatro estaciones para llegar a mi destino, no es necesario levantar la mirada para orientarme, hoy no quiero socializar, me limito a no levantar la mirada y seguir con lo mío.

Pero entonces, algo pasa, el corazón me da de tumbos y se acelera, hay algo en el ambiente que me impide respirar, que me extasía al límite y hace pasar ante mis ojos los momentos más sensuales de mi vida. Alguien se sienta junto a mí, no veo su cara pero su olor me es tan familiar, ese olor a cita de medianoche en el parque cercano a mi casa, huele a almohadas limpias y a abrazo fuerte, huele a mí llorando sobre un hombro protector o a diversión sobre ruedas por las calles empedradas de la colonia. Mi estómago se revuelve, no sé si de emoción o de miedo, miro los zapatos de mi vecino de asiento, son unos tenis de color plata y detalles en azul, desgastados cruelmente y con las cintas perfectamente anudadas, una mano fuerte y conocida golpea delicadamente mi libro –me estás espiando verdad-.

Era aquel hombre que un mes antes terminó conmigo una relación de más de ocho años, aquel que aún me eriza la piel y que me cuesta tanto sentir lejos e inalcanzable, aquel que aún me manda mensajes por las noches para desearme dulces sueños y que sigue al pendiente de lo que me pasa o de quién pasa, aquel mismo que según sus razones, necesita tiempo para él y para su carrera, tiempo de distancia para saber si soy la indicada para quedarse en sus sueños por el resto de la vida, tiempo para conocer algo que ni él mismo sabe si exista.

Sonrío y divertida le digo –¿cómo te diste cuenta?- de un solo impulso cierro el libro sin dejar el separador donde debería, le doy un beso rápido en la mejilla, estoy dispuesta a escucharlo y él no hace otra cosa más que sonreír. Ahora puedo elevar el rostro y mirarlo a la cara, observo uno de sus audífonos colgando de la oreja, seguro que trae su ipod nuevo, el que compró gracias a las múltiples peticiones que le hice, que está bien padre, que te va a gustar, que te servirá más que el MP3 que traes, el mismo que bauticé con una lista de canciones románticas y representativas, y que regresé a su dueño junto con un beso intenso de bienvenida. Mete la mano al bolsillo derecho de su pantalón y saca un artefacto pequeño, efectivamente, era el mismo.

-¿Cómo estás?- quizá sea la pregunta común en estos casos pero no supe que más decir para romper el silencio, había tantas cosas que soñaba contarle, todo lo que me había pasado últimamente y que por orgullo evité llamar a su casa para hacérselo saber. Las respuestas fueron cortas y bien estructuradas, pero daban pie a más preguntas, para mi fortuna esto evitaba los incómodos silencios que no quería que ocurrieran.

Las puertas seguían abriéndose, ahora más rápido que al inicio, una vez más desee no ir a trabajar, quería que ese momento fuera eterno, -vas tarde a trabajar- me dijo, -y tú vas tarde a la Universidad- ahora éramos dos huyendo de las responsabilidades. Tomó el libro que cerré segundos antes y que aún permanecía en mis manos, sus dedos largos y varoniles rozaron los míos, pequeños y temblorosos. Recordé que mis uñas estaban desteñidas, y es que infantilmente me dediqué a quitarles el esmalte con los dientes algunos días antes y así como otras personas, siempre condenó mi gusto culposo por morderme los dedos. Encogí los dedos y los oculté lo mejor que pude, pero después de casi una década es difícil engañarlo, tomó mi mano y la extendió en la suya, -hay niña, no te da pena- mi cara lo dijo todo,  no lo podía disimular.

Se acercaba el momento, mi destino era inevitable y ahora el silencio prolongaba mi angustia, estaba a punto de llegar a la estación y mi acompañante me lo recordó con un codazo en las costillas, mi risa surgió y la suya también, eso lo hacía siempre después del sepulcral silencio de una riña o cuando el tema de conversación no daba para más, siempre con el mismo objetivo, quería hacerme sonreír.

Tomé mis cosas y las guardé rápidamente, voltee de nuevo mi cara hacia él y le desee suerte, un beso en la mejilla dio fin al cruce de palabras, me levanté del asiento, avancé un par de pasos y miré lo que había dejado atrás, él seguía mirándome y seguía sonriendo, regresé con un impulso de felino, tomé su rostro entre mis manos y besé lentamente sus labios, él levantó una de sus manos y tocó mi cabello mientras con la otra detenía autoritariamente el tiempo.

Separándome de a poco abrí los ojos y él lo hizo después, sonrió y me dijo adiós con la mirada, caminé sin hablar hacia la puerta que sólo esperaba por mí para cerrarse, salí del andén, subí las escaleras corriendo, no sé en qué momento salí del subterráneo y llegué al parque, continué la carrera hacia la parada del camión, mi corazón palpitaba fuertemente, no lo podía creer, me sentía como adolescente besando al niño más popular de la escuela, hace un mes lo besé también y no sentí esto, estas ganas inmensas de no dejar de sonreír.

Llegó mi camión y lo abordé de un brinco, no tenía control de mí, todo parecía confuso, traté de controlarme antes de llegar a trabajar. No quería que mis compañeros me invadieran con preguntas que no podía ni quería contestar. 

Cuando mi corazón en medio de los recuerdos y sobresaltos logró reponerse, y a tan sólo un timbre de bajar del autobús, algo en mi bolsa me llamó a gritos, era mi celular que proclamaba a los mil vientos la llegada de un mensaje, tenía el nombre innombrable por remitente y la misma foto romántica que no he eliminado del contacto...
“Escápate una hora, te invito un café”.

07 marzo 2011

Este es el punto

En una marcha realizada en contra de la violencia en México, escuché decir a un hombre de cara chistosa que el único camino a La Paz es Federalismo, afortunadamente no es así, si lo fuera estaríamos sumergidos en un problema de tráfico tremendo. En este sentido, la Avenida Federalismo no sólo nos lleva a La Paz, sino también a Juárez, Vallarta, Niños Héroes, Periférico Norte,  a Washington, entre otras avenidas importantes y lugares concurridos, para mí sólo uno de sus destinos es importante, es la ruta que me lleva a casa.

Lleva su nombre, su alegría y su tráfico lento de Periférico Norte a Washington, un paseo por ella debería iniciar donde una modernizada estación de Tren Ligero da la bienvenida a miles de usuarios al día, ésta lleva el nombre de uno de los puntos más congestionados de la ciudad, el mismo Periférico Norte. Transporta fiel y puntualmente a todo aquel que lo aborde en un transcurso de 10 estaciones, que lástima que lo hace por el subterráneo, las personas se pierden la maravilla de los caminos arbolados y los murales que le dan colorido a la ciudad. Por eso, prefiero recorrerla en bicicleta como es el caso de esta tarde, 35 minutos son suficientes para darse una idea de las sorpresas que la calle nos prepara.

Ante la presencia en aumento de bicicletas recorriendo las calles, a alguna persona se le ocurrió la fantástica idea de crear una ciclovía, Federalismo fue la afortunada con uno de los primeros espacios para ciclistas en la ciudad que abarca de Ávila Camacho a Washington, y que más de algún despistado se la pasa por…. Por donde tenga que pasársela y se estaciona estorbando el pedazo de banqueta que no fue creado para él, pero bueno, ese no es el punto.

Salgo de Periférico tratando de esquivar los coches pues la banqueta es muy angosta y en mal estado como para pasear en ella, aún con esto sé que la civilización está llegando a los rincones de lo que antes para mí ya eran las afueras de la ciudad, conjuntos habitacionales, un campo de fútbol, un centro deportivo y una gran tienda que exhibe en sus espectaculares a varias artistas con caras sexosas presumiendo sus “bellos” zapatos que puedes comprar o vender por catálogo, esto es solo parte del inicio del paseo.

Llego a Atemajac, un pueblo mágico en la ciudad que lucha contra la civilización y mantiene a su mercado como uno de los más famosos y concurridos de la Zona Metropolitana y que por consecuencia provoca un gran caos vial, todo gracias a esas personas que corren a comprar sus carnitas y vegetales frescos, a todas horas, o mejor dicho, mientras esté abierto, y una vez más se pasan los puentes peatonales por… Por abajo, así es, por debajo del puente corren las personas cargadas con bolsas de mandado, tratando de torear a los coches  que hacen un esfuerzo por no pitar en cada semáforo, pero bueno, de nueva cuenta, ese no es el punto.

Avanzo, casi al llegar a Circunvalación la subida se vuelve más pesada, llevo pocos minutos de iniciado el recorrido y ya no puedo avanzar, paro bajo la sombra de un árbol y como todas las personas que se encuentran alrededor de mí, me detengo a admirar a los peces en el agua, y la gran vegetación del lugar. “Colomitos” se llama el manantial, está allí desde que tengo uso de razón y al igual que decenas de personas, participé en la manifestación para evitar que fuera clausurado y convertido en un Fraccionamiento más. El fraccionamiento fue construido, pero a un lado de Colomitos, lo logramos.

El arte y la cultura se hacen presentes en las calles, un ejemplo es el mural que protege y rodea como una fortaleza al Panteón de Mezquitan, caras de angustia e infinitas representaciones de la muerte y la tristeza, no logran darle un aspecto fúnebre al lugar, al contario, entre colores, y si avanzas un poco más, entre flores, no pareciera que la muerte es mala como todos dicen, al contrario es motivo de fiesta  y serenidad, motivo para detenerse a admirar, y vaya que tengo que detenerme pues uno de aquellos conductores imprudentes me acaba de bloquear el paso, bien, bien, otro día admiraremos con más calma.

A propósito de flores, compro en la florería más austera (lo hago allí con la esperanza de que esté más barato) un girasol y amarrándolo con un pedazo de rafia rosa a la canasta de la bicicleta, continúo el recorrido, me acompaña en mi paseo y se camuflajea entre los árboles que cubren las calles con su sombra y con aquellas paredes de colores, que le dan el toque urbano a la vía.

Federalismo no sólo alberga colores, flores y árboles. También es lugar de alegría y diversión, proporcionada generosamente por sus nigth clubs, centros de entretenimiento, sex shops, estéticas masculinas con final feliz y un sinfín de vinaterías que le dan el sabor a la noche y a  los accidentes en la madrugada. Y si lo que se busca es una variante para este tipo de  diversión no es necesario un motel, esa función la cumplen los baños públicos, que sí, también tiene Federalismo, pero creo, por tercera ocasión, que ese no es el punto.

No sólo encontramos diversiones malsanas, también hay un rayito de luz para los que menos tienen, y es que llegando al Templo del Refugio, construcción característica por encontrarse al centro de la Avenida, se encuentra también un albregue para transeúntes e indigentes, donde se les proporciona un lugar para pasar la noche y una mano amiga para acompañar sus penas, lugar que desde las cuatro de la tarde se encuentra repleta de hombres esperando entrar, entre trapos, mochilas sucias, y caras de hambre, cansancio y tristeza, algo muy parecido a la película “En busca de la Felicidad” de Will Smith. Divago.

No todo es malsano, ni eso, ni el famoso Parque rojo, bueno, Parque Revolución, que de su nombre original pocas personas hacen referencia, lugar donde los jóvenes se detienen de sus labores para acostarse en los jardines, fumar marihuana junto a la estación del Tren y que ha sido sede de innumerables eventos, como el sucedido este fin de semana, que sólo dejó una estructura de metal que hace unos días sirvió de vasto asiento a los espectadores del piloto de fórmula uno, pero que ahora sólo estorba a la libre circulación de los peatones, como es el caso de mi bici, que parada en la esquina y esperando poder cruzar, más de una señora le ha recordado a su mamá por dentro, por no dejarle espacio a ella también para ver los coches que se aproximan. Perdón, me fui de nuevo.

No hace falta mucho por contar, lo que sigue después, es una repetición constante del paisaje, tiendas de plásticos, mueblerías, edificios enormes y calles llenas de coches y de obstáculos en la ciclovía, de chicos haciendo malabares en las esquinas a cambio de unas cuantas monedas, otros limpiando parabrisas aventándose a los cofres de los coches, aún cuando un dedo a bordo del auto se mueve de un lado a otro demostrando su inconformidad. Más un sinfín de cosas que puedes comprar en un crucero, desde una ficha de Tiempo Aire para tu teléfono celular de cualquier compañía, lámparas, sombrillas, costales de box y hasta los discos con la música del momento que no debe faltar en tu hogar.

El recorrido termina justo en el lugar donde corren los sueños de miles de personas, personas que llevan en sus mochilas sólo sus ilusiones y desgracias, los migrantes, aquellos que se refugian a descansar antes de retomar su viaje en el carguero, mientras son expuestos a rechazos, robos y secuestros, están escondidos tras la avenida Washington, unos a la orilla de las vías, otros sumergidos en un hoyo en la pared, divididos por sus nacionalidades, pero unidos en su carencia en un mundo completamente diferente del que he recorrido por esta avenida de murales, colores y flores, pero en el que sin duda también se escriben muchas historias, y este, este sí es el punto...

18 febrero 2011

Matices en tiempo pasado creando presentes.

Un milagro lo llaman mis padres, un castigo Divino le dicen burlescamente mis amigos, sin embargo, yo creo que mi nacimiento fue, modestamente, una bendición.

Después de luchar por más de cinco años sin respuestas positivas, pasando de la oración a los santos inmóviles y desgastados por tanto besuqueo de los fieles en el templo, de las visitas interminables a consultorios médicos, hasta llegar a las visitas a brujos y curanderos con olor a inciensos y azufre que garantizaban excelentes resultados a cambio de pagos exorbitantes. Cuando todo se creía perdido, cuando se dejó de luchar y las lagrimas dejaron de correr, mi tía y mi abuela pasaron una noche de verdadera oración, después de eso, la noticia del embarazo le dio a mis padres la esperanza que creían perdida.

Nací en una familia llena de matices y colores, por una parte, la  ferviente devoción de la familia paterna me inició en el misticismo de la vida religiosa, así como en el interés por las obras literarias, y por devorar cuantas publicaciones tuviera a mi paso, de ser el centro de interés en la humilde casa por mis ocurrencias inocentes y ser la eterna acompañante de mi abuela en sus paseos diarios, donde los saludos se extendían por horas mientras aprendía la tolerancia, el respeto por los mayores y los buenos modales.

En el otro extremo, la familia de mi mamá es una combinación muy extraña de malas palabras, diversión malsana, música de banda y corridos de caballos, conversaciones llenas de albur, de hijos regados como símbolo de un buen machismo, de mujeres con pantalones bien puestos y de lucha por obtener lo que se quiere, pero de un cariño y preocupación por la familia, como ningún otro.

Entre gustos impetuosos y misas dominicales, fui creando una personalidad que por mi falta de inclinación hacia los dos extremos, me hizo ganar el mote de “la que no es de la familia” tan alocada, libertina e independiente para los Preza, así como mojigata, santurrona y aburrida para los Marín. No es algo que me preocupe, se que ambos bandos, me quieren, respetan y me acabo de enterar hace algunas semanas que ambas familias me admiran por ser diferente.

Mi niñez y parte de la adolescencia se pasó tratando de comprender las lecturas difíciles que mi abuela tenía en su repisa vieja, recorriendo con ella el país dos veces por año y siendo la más consentida en la casa, hasta la llegada de mi hermano, al cual, adoro con todo el cariño que puedo ofrecer y que si mal que bien me robó la atención por un tiempo, hoy agradezco su llegada en la soledad que produjo por años la casa.

Al momento de rememorar esto, vienen a mí olores de jazmín provenientes del patio de la abuela, a hierbas en alcohol que se utilizaban para sanar los dolores y las heridas, van llegando hasta los sabores a frutas lenta pero decididamente, hasta que llego al punto de los libros, aquellos que me han acompañado y que me han hecho lo que soy…

Tal vez aquel de herbolaria de mi abuela, ese que tenía la portada verde y desgastada, ese que leía siempre en la misma página porque el nombre de la planta que allí aparecía me causaba mucha risa, y que por su aparente doble sentido, los adultos me motivaban a leer para hacer soltar carcajadas a las visitas...

Como a eso de los siete años, entré al cuarto oculto de la casa de la abuela, sabía que estaba "prohibido" pero mi curiosidad ganó en aquella ocasión y en otras tantas, pues me gustaba refugiarme en las cajas llenas de ilustraciones, libros de texto olvidados de mis tíos, anotaciones del bisabuelo, revistas de moda, que más bien parecían disfraces en hojas amarillas, ropa hecha trapos, olorosas a humedad y que parecían de otra época, fotografías viejas, juguetes destruidos y cuadernos llenos de jeroglíficos, manuscritos y oraciones.
Aquel era el cuarto no de los recuerdos, yo lo llamaría "El cuarto de los olvidos".

Me sumergía en cada cosa y me transportaba a los escenarios de aquellos cuentos cortos que con suerte encontraba, movida tanto por la curiosidad como por la adrenalina de estar en el cuarto oculto. Quería encontrar el hilo negro de aquellos objetos que parecían tesoros celosamente cuidados. Mi tía y mi abuela sabían que yo estaba allí, pero solapaban mi imaginación fingiendo creer que jugaba en el patio.

Y allí estaba...
El libro que robó mi atención, era tan grueso como dos biblias juntas, su pasta roja de tela empolvada, el lomo a punto de desprenderse, las hojas amarillentas, frágiles y carcomidas por la polilla. Lo saqué cuidadosamente procurando no ser vista por las mujeres que se encontraban en la cocina, tuve que pasar a su lado para poder llegar al patio y leerlo sin temor a estar en el lugar prohibido.

Leí la primer página y supe que no sería fácil dejarlo, los personajes me envolvieron ya me imaginaba platicando en la sala con ellos, vistiendo esos hermosos vestidos y hablando aquel idioma que parecía chistoso pero tan común en España.

Volvía cada tarde para saber qué pasaba con la historia de la que ahora yo misma era parte, siempre en el cuarto olvidado, en el pasillo o el patio.

Algún tiempo después mi abuela me regaló el libro, no sin antes pedirme que lo conservara muy bien y aseguró que yo era el futuro literario de la familia. Solo reí y le agradecí llena de emoción
Más de 15 años han pasado y aún lo conservo como uno de mis tesoros personales, junto con los dos siguientes tomos de la novela que me proporcionó mi tía poco después de morir mi abuela. Me hizo entrega de ellos como una herencia que debía conservar con respeto y que seguro valoraría más que ningún otro miembro de la extensa familia.

De allí nació la ilusión de escribir y contar a las personas esas notas del día a día, pasé por varias escuelas de Comunicación pero nunca se acercaron a lo que deseaba hacer de mí, hasta que entré a la Escuela de Periodismo y que hasta este día, me extasía a cada momento en un porvenir prolijo y sobre todo en la consistencia de hacer lo que quiero aunque me muera de hambre como dicen mis maestros.

Mis gustos anexos se han dado con el tiempo y con la relación de los que han pasado por mi vida, una sed insaciable de café se la debo a mi abuelo, quien acompañaba su comida a las tres de la tarde con esta oscura bebida, o que decía a cada casa a la que llegaba, que más valía que faltara leche para el biberón, pero nunca agua para café.

Mi afición por las bicicletas, patines, los paseos nocturnos a pié observando las luces amarillas de la ciudad y sin duda la adicción a debatir temas absurdos los debo a mi compañero de juventud, que más que novio se ha convertido en un excelente mentor, consejero y amigo.

Así transcurre mi vida hasta este día, donde nada es seguro y las sorpresas que llegan siempre son bienvenidas, esto es lo que soy y en lo que me he convertido, esto es sólo parte de una vida de aprendizaje que espero no termine en muchos años.

23 enero 2011

Recuento de momentos perdidos

Quizá no es el mejor lugar para expresar lo que siento, pero si  no lo hago de esta manera entonces dónde. 

La vida da muchísimos giros, en un abrir y cerrar de ojos las cosas cambian y las personas a las que quieres se vuelven distantes. No se si fue el frío de la noche buscando un poco de calor humano o las ganas de verte después de tantos malentendidos de por medio. Las cosas se dan, se aglutinan para salir en compañía las unas de las otras y en un segundo todo se vuelve transparente y cobra sentido, le da el color rosa a los días.

Te agradezco haberme abordado de aquella manera, y decirme esas palabras que me hicieron tanto bien, pensé que te había perdido con el tiempo, que te habías escapado entre publicaciones viejas y palabras sin sentido, no sé en que momento la cuadra que nos separa se hizo tan larga y misteriosa que te ocultaba de mi vista, y nuestras voces se hicieron tan débiles que no percibí tus palabras buscando una conversación.

Hoy te recuperé, no se si para siempre pues eso no se puede predecir, sin embargo, no me canso de ponerle el calificativo de "perfecto" a este reencuentro. Tienes un carácter que, ahora que lo recuerdo, nos ha hecho chocar en varias ocasiones pero que nunca nos ha alejado del cariño por la otra. Estar en desacuerdo en diversos temas no es sinónimo de no querernos, sino, una demostración más de la autenticidad de cada una.

Espero que esta no sea la última salida de nuestras vidas, y que ese dueto de tres en el café vuelva a ser testigo de tus carcajadas a mitad de la canción, de nuestras conversaciones acerca del cambio y los meseros y de todos los calificativos a la familia, de la tartamudez que provoca el alcohol y el café con hielo, de lo bien que se disfruta hablar de los hombres en una mesa de mujeres y de lo mala idea que es sentarse en el jardín a las doce de la noche.

Te quiero y respeto, no por ser mi prima, que eso ya viene de cajón. Te AMO por demostrar que más que eso eres mi AMIGA.

Gracias por las palabras de aliento, te prometo que no te defraudaré, y que el mundo ruede...

01 diciembre 2010

La Fiesta de las Letras

Ayer fue un día bastante agitado, bueno, eso sólo lo digo para justificar un poco mi fatiga y los sucesos que narraré a continuación.

Ante una propuesta fantástica de entrevistar a uno de mis periodistas inspiradores, pacté una cita con mi mejor amiga y colega, y con mi Productor del programa de Televisión. La cita sería en el lobby del Hotel Camino Real,  ubicado justo en frente de la Expo Guadalajara, lugar sede de la Feria Internacional del Libro (FIL) así como punto de reunión de escritores, periodistas, académicos e investigadores. Qué panorama tan más periodístico tenía frente a mi.

Esperé sentada en un cómodo y amplío sillón de color tinto, saqué de mi bolsa un libro que compré justo un día antes y no había tenido tiempo de quitar la funda plástica que lo contenía. El libro de Lydia Cacho titulado "Esclavas del Poder" me transportó a lugares de pobreza extrema, a negociaciones ilícitas y trata de niñas menores de 10 años. me sentí completamente desilusionada de las personas en las que se deposita la confianza, y de las madres que sin remordimientos venden cuantas veces sea necesario a sus hijas.

Sumergida en la lectura y transportada a las calles de Estambul, un sonido me regresó al lobby, era el saludo de una de las amas de llaves del hotel, la cual vestida con un traje que más que uniforme, parecía salido de una película de los 80's, me sonrió dulcemente mientras con un trapo perfectamente doblado, limpiaba la mesa de centro que estaba frente a mí, acomodó los diversos ejemplares periódicos que se encontraban esparcidos en la mesa, se retiró casi imperceptible, sin hacer ruido al caminar, parecía más bien flotar cuando se tocaba el delantal gris y su vestido perfectamente planchado.

Ante esto me sentí dentro de una de esas películas donde la gente rica se sienta en el bar del hotel a hablar de negocios, mientras que la servidumbre hace que su estadía sea lo más cómoda posible. Miré alrededor y hombres con trajes sobrios, aparentemente de buenas marcas, se paseaba por el lobby y el restaurante del hotel, con sus gafetes acreditados de la Feria, fotógrafos y camarógrafos rondando por le hotel en busca de una nota. Muchos me miraron quizá pensando que podría darles una buena propina a los empleados que estaban al pendiente de mi, o una buena nota para los medios de comunicación.

Qué fácil es transportarte de un lugar a otro, ya sea con el poder de la lectura o de la imaginación. Puedo encontrarme vendiendo personas en Turquía, o disfrutando de un café con grandes pensadores en un hotel de cinco estrellas. Todo gracias a la magia de los libros, "esta es la fiesta de las letras" tal como lo diría Sanjuana Martínez.

Por lo pronto sigo esperando a los citados, parece que no llegarán, pero la experiencia que acabo de vivir es gracias a su retraso. Enhorabuena por eso!